Hay una parte de mí que, en instantes, marcha.
Esa que ahora exhala y pasea por campos atiborrados de girasoles; que extiende enormes alas sobre las molleras de los árboles, haciendo mancebo al viento y husmeando en los tejados, albergando almas, llantos y sonrisas.
La que, arraigada cual más a su credo, desecha perplejidades y anticipa gozos de lo intangible, confundiendo muerte y vida.
La que anida en prolongados e inmortales recuerdos, haciendo de los más sentidos, su voz, su fuerza y su alimento.
Esa parte de mí que, en pretéritas horas, quiebra mi garganta e identidad y habita, en fracciones, las dulcísimas imágenes de mis años mozos, alegría de verano, perdurando sueños juveniles y tardes de sábado, con radiante sol, en romance con el aire y los anhelos recargados.
¡Amando! La espero. Susurro. Último rayo celeste, soplo de amor postremo.
¿Vendrá? Resuellos, en la cumbre del monte un ruiseñor le emula y se esconde, presagio quizá de la noche, del frío y batallas.
¡Soñando! Le aguardo. Escucho. El cerote se extingue. El alma se aquieta. "¡El verbo se hace carne!" Y en mí, antes de cada partida, forma cuerpo y rostro, eviterno mandato, expresión creadora.
¡Anhelando! Espiro. Sonidos amorosos, divina infusión. A su orden, me redimo de cíclica muerte y por su caricia resucita mi esperanza, en medio de mares de miseria y fatalidad.
¡Volando! La sigo. Crea los tiempos, segundos semejantes a rosas. Su misterio, quizá el mayor.
Palabra, tú, mi Eterno presente. ¿Atraparte? Periquete infinito.
Alex C.