Sus manos eran realmente grandes. No lo tenía tan claro hasta ese martes en la tarde que le visité, en tanto el sol arreció y los afanes de la tarde quedaron frustrados en la puerta del hospital que hizo suyo.
Allí estábamos, él y yo. Por mi parte, intentaba infundirle la compasión cristiana y fraterna que me envolvía, revestida con el sello de nuestras manos entrelazadas e impregnada de un inusitado y profundo amor, digno reemplazo a la impotencia de alargar siquiera unos segundos sus suspiros tristes y su aliento de vida.
- “¡Voz Universal!”
Pregonó muchísimas veces sobre sí mismo. Portaba Steig en su garganta una voz universal, profunda, más allá de lo
grave, recia, hermosa, resumen de todo su patrimonio acuñado por más de cuarenta años en el interior de su laringe:
- “Willigan, para los amigos, mi voz universal, quizás la más universal de todas”.
Mi pensamiento se desvaneció; abruptamente la aprehensión del calor emanado por sus recias palmas me regresó a la habitación 412, epicentro de un desbordado y absurdo manejo integral del desahuciado. Mis menudas manos acariciaron el limbo impredecible de su vida y de la muerte, la sutil frontera entre nuestra duda razonable y la trascendencia que se le imponía, el límite entre mi lágrima y nuestra certeza de lo perdido.
- ¿Quién soy yo para preguntar por qué haces lo que haces o cómo lo haces?
Imbuido, navegaba en las aguas de la mística y los misterios del credo y de mi fe y en tanto el dictamen cumplía su propósito, sin ser abiertamente claro: carcinoma en síntesis científica; el Tánatos para la más simplista de las reflexiones.
La voz universal fue la primera derrotada. ¡Qué ironía! La profundidad de sus cuerdas vocales, el signo distintivo de su presencia y locución, la marca de su impresa exquisitez, se extinguió, se desvaneció. ¡No había voz! La enfermedad la hizo presa fácil, la arrebató y nunca se supo a dónde la llevó.
Lo primero que perdió para siempre el locutor de la voz universal fue su propio audio. ¿Sátira del motor de mi presencia allí? Lo único e incuestionable, una realidad: William Steig, sin su voz universal, se obligó a trascender, cuando apenas el martes reconocía a la virginal noche y podía decorar todavía las puertas de su último dispensario.
Por lo pronto yo, al igual que Steig, en rumbo a la inmensidad de una cita no pactada, al punto de encuentro del primer estallido, el big bang remozado, en cincuenta minutos de un trayecto que me pareció de longitudes infinitas, fuerza de circunstancias que me sumió en esos rojizos hierros retorcidos cargados de sangre, carne y añoranzas. Cincuenta minutos descontados para fundir lo Eviterno con el Gran Eterno. Y en tanto, atizada en mis neuronas, aquella cuasi melodía del buen impostor sevillano que me carcomía:
- “…no me preguntes el sentido de la vida ni que te explique la razón de tu dolor; cada uno busca y hace suyo su camino y no hay uno que sirva para dos...”
Aun cuando reclamé solo a mis entrañas, aquella sería apenas una fracción de su contundente respuesta.
Y heme allí. Si. En jueves, marcado con el cuatro de diciembre de un año en proceso de olvidar, en sede de los dominios de George Alexan Castañé Enzó, el francés por convicción; muisca del altiplano y hasta el tuétano, regentando el señorío de cuarenta metros cuadrados atiborrados de ondas armoniosas y mundo en sonidos:
- ¿Un Vin Brule tibio, cosecha de primavera del sesenta y seis? ¿de especias silvestres de los bosques de Homsab?
- Quizá hoy no. Tal vez un trago de agua por favor, de los Alpes. Cada vez hay más sed. Me dijo que vendría, o al menos lo supuse. Estaba tan consternado que la realidad se ausentó. Ya no sé. Igual, lo espero ansiosamente.
Y una vez más y sin cansancio:
- ¿Por qué silenció a la Voz Universal? Y luego, a la partida sin retorno.
Acto seguido, ¡otra vez el estallido de aquél canto¡ revolviendo mis entrañas, ahora engalanando las amañadas, porosas y sopladas paredes del lugar:
- “…no me preguntes el sentido de la vida ni que te explique la razón de tu dolor; cada uno busca y hace suyo su camino y no hay uno que sirva para dos...”
- Quién?
Quería confirmar.
- De Luis Alfredo, su autoría. El uruguayo improvisando en España desde hace más de treinta años. Pero la verdad quien canta no lo sé. Esa versión es nueva para mí. Apuntó el experto en lo inusual.
Las preguntas emergían y a su par, la respuesta, como suave fragancia de amor, impregnaba el emulado Bar Francés.
En verdad, en aquella decembrina hora mis ojos no lo vieron, confirmando la regla de oro teologal. Sin embargo, su aroma me envolvió, esta vez sin saber si por obras del franco colombiano alcohol, no sólo lo advertí, sino que con evidencia lo escuché, en la tonada reticente y repetida, misteriosa y sorprendente, interpretada en versión de escala y nota de una, muy familiar para mi, voz universal:
- “¡Levántate Willigan, creatura de mi alma, por siempre serás!”
Alex C.
domingo, 15 de marzo de 2015
¡ SIKOTHEÍTE ! (In memoriam - Fabio Restrepo Gómez - Farrego)
jueves, 12 de marzo de 2015
Suscribirse a:
Entradas (Atom)